Razón del nombre del blog

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El por qué del título de este blog . Según Gregorio Magno, San Benito se encontraba cada año con su hermana Escolástica. Al caer la noche, volvía a su monasterio. Esta vez, su hermana insistió en que se quedara con ella,y él se negó. Ella oró con lágrimas, y Dios la escuchó. Se desató un aguacero tan violento que nadie pudo salir afuera. A regañadientes, Benito se quedó. Asi la mujer fue más poderosa que el varón, ya que, "Dios es amor" (1Juan 4,16),y pudo más porque amó más” (Lucas 7,47).San Benito y Santa Escolástica cenando en el momento que se da el milagro que narra el Papa Gregorio Magno. Fresco en el Monasterio "Santo Speco" en Subiaco" (Italia)

lunes, 30 de mayo de 2011

«El hombre indígena tiene el poder, pero manda la mujer»


Lucenses sin fronteras

«El hombre indígena tiene el poder, pero manda la mujer»



29/05/2011 - Mar M. Louzao/El Progreso (Lugo)

a josé luis campo nada le deslumbra más que la selva y sus habitantes, a los que ha dedicado parte de su vida. Originario de Val do Mao (O Incio) llegó a Venezuela en el año 56, con catorce años, para reunirse con su padre, que ya vivía en el país. Vivió en Caracas algunos años, pero desde que conoció la selva volvió a ella una y otra vez. «Siempre que tenía vacaciones, cuando mis amigos se iban a Miami o a la playa, yo me iba para la selva», admite.

José Luis ha pasado largas temporadas con los indígenas, especialmente con los warao, uno de los pueblos del delta del Orinoco, y los pemón, de la Gran Sabana, «las primeras tierras que emergieron del mar», en la frontera entre Venezuela y Brasil. Se ha preocupado por mejorar su situación y por que logren una mayor autonomía, reduciendo la dependencia de dádivas externas. Sus territorios, dice, son extremadamente ricos en recursos naturales, pero no siempre saben aprovecharlos.

José Luis se encuentra ahora inmerso en un proyecto para realizar un complejo de turismo ecológico en la Gran Sabana. «Serán viviendas hechas por los indígenas, aunque con comodidades y sin destruir el entorno. Ellos se ocuparán también de mantenerlo y atender a los turistas», explica.

En el delta del Orinoco trabajó en su juventud, contratado por una compañía italiana de explotaciones de palmito. Esta zona «con miles de islas y cientos de brazos de río», lo cautivó. Al cabo de un tiempo lo tentó un nuevo trabajo y se marchó, pero regresó a los pocos años. Fue minero en los yacimientos de oro y diamantes, un trabajo duro que, además, deja una terrible huella en el entorno. «Los diamantes se terminan y con ellos se terminan las frutas y las oportunidades que ofrece la naturaleza», reconoce, y para extraer el oro se utiliza mercurio, altamente contaminante.

José Luis dejó la mina y trabajó para una empresa brasileña de investigación agraria en La Gran Sabana, una de las primeras tierras en emerger del mar, según explica. De algún modo logró compatibilizar su vida familiar con sus estancias y contactos con las comunidades indígenas, yendo y viniendo entre los dos mundos.

José Luis asegura que las sociedades indígenas son «matriarcales», pero de un modo curiosa. «La mujer es la que manda, pero el poder lo tiene el hombre», explica, y abunda en el tema. «La jerarquía son los viejos y el capitán, que ejerce la función de jefe, pero su mujer le dice lo que tiene que hacer. Cuando hay algún problema, agarra a las mujeres y ellas deciden lo que hay que hacer; luego el capitán lo dice al resto», cuenta.

Su sociedad, dice, es de un tipo socialista primitivo. «Hacen el trabajo en conjunto, a lo que llaman ‘mayú’, como cuando se reúnen para hacer una casa, pescar, cazar o sembrar yuca. La comunidad reparte todo». José Luis encuentra fascinante «encontrarse en este siglo a gente tan diferente» y desmiente la fama que algunos le ponen de ladrones o vagos, aunque reconoce que tienen un problema, «el único», dice: la bebida.

«Cuando se emborrachan hay que dejarlos solos, y beben todos: hombre mujeres y niños». En las fiestas, llegan lanchas cargadas de aguardiente -muy diferente de la gallega, matiza- «y no toman vasos, sino que ararran las botellas». Así «hasta que caen al suelo, pero antes ya se pelearon». Asegura José Luis que es un rasgo que comparten los indígenas de todo el continente americano respecto al alcohol ‘gringo’. «Ellos usan drogas alucinógenas con fines religiosos y hacen una bebida alcohólica, el cachiri, a base de yuca y batata fermentadas, pero no les produce el efecto que les da un simple vaso de augardiente. Los vuelve locos». Afortunadamente, no sucede todos los días.

Los individuos tienen un vínculo muy fuerte con su comunidad. José Luis cuenta que hay médicos indígenas que se han formado gracias a becas, pero «a los pocos años regresan». También conoció el caso de una amiga que se casó con un orfebre español y se fue a vivir a Mallorca y al poco tiempo regresó. «Era más india que cuando salió», afirma. A él también le pasa un poco eso, que si se aleja y tarde en ir le tira « volver con ellos. La selva llama», dice entre risas, pero totalmente en serio.

Recursos
La farmacia del mundo
Las enfermedades de los blancos han hecho estragos entre las comunidades indígenas que, no obstante, han incrementado su esperanza de vida gracias a los puestos de emergencia que tienen ahora a su alcance. Sin embargo, siguen usando sus propios recursos y mezclando la medicina botánica con la superstición y la brujería. «Te dicen: ‘si no te crees esto, no te va a curar’», cuenta José Luis, quien asegura que le curaron un cáncer de próstata con la corteza de una mata, algo que, dicen, puede atestiguar su hija, médico. «No está políticamente en lo que es el Amazonas , pero es parte de esa región geográfica y ahí está la cura de todas las enfermedades del mundo», asegura. Esta área recibe numerosas misiones científicas en busca de nuevos principios activos.

Escuela bilingüe
Los niños de las comunidades indígenas acuden a la escuelas, «que hay por todas partes y que se imparten en su idioma y en castellano, pero no son de mucha calidad. Apenas aprenden a escribir y leer malamente», indica, aunque algunos, gracias a becas, llegan a la universidad. Las primeras maestras fueron religiosas españolas, y sus discípulas tomaron el relevo. Su enseñanza era buena, dice José Luis, aunque no le convencía que «enseñaban a las muchachas como si fuera un colegio de monjas de España: a cocinar, a bordar, pero luego se casaban y volvían a lo de ellos».

Gustos diferentes
En cuanto a la alimentación, Jose Luis cuenta que alimentos que para nosotros son exquisitos, para ellos pasan desapercibidos. Sucede, por ejemplo, con las anguilas. Para los indígenas son una especie de culebras que sólo usan como carnada para la pesca, mientras que para los gallegos que habitan en la zona es un plato suculento, como le reconoció un paisano a José Luis después de que éste le descubriera el filón gastronómico. Sin embargo, las anguilas de esa zona «hay que purgarlas, porque comen mucho animal podrido y pueden causar enfermedades». Por eso las tienen un tiempo en dos tambores de agua antes de dar cuenta de ellas.

Desde Venezuela

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