Razón del nombre del blog

Razón del nombre del blog
El por qué del título de este blog . Según Gregorio Magno, San Benito se encontraba cada año con su hermana Escolástica. Al caer la noche, volvía a su monasterio. Esta vez, su hermana insistió en que se quedara con ella,y él se negó. Ella oró con lágrimas, y Dios la escuchó. Se desató un aguacero tan violento que nadie pudo salir afuera. A regañadientes, Benito se quedó. Asi la mujer fue más poderosa que el varón, ya que, "Dios es amor" (1Juan 4,16),y pudo más porque amó más” (Lucas 7,47).San Benito y Santa Escolástica cenando en el momento que se da el milagro que narra el Papa Gregorio Magno. Fresco en el Monasterio "Santo Speco" en Subiaco" (Italia)

miércoles, 12 de junio de 2013

¿A que atribuyes la poca presencia venezolana en los foros internacionales? Bueno, yo veo varias razones, una de ellas es nuestra ingenuidad. Nosotros somos un conglomerado de escritores muy ingenuos, muy chapados a la antigua en el sentido de que estamos esperando que nos descubran. Y resulta que nadie te va a venir a descubrir. Estamos en la obligación de confederarnos, de trabajar en conjunto, como muy sabiamente me lo dijo Santiago Gamboa, quien me hizo ver que el problema entre nosotros es que no nos ponemos de acuerdo, no actuamos en bloque, no respetamos nuestra propia tradición y cuando salimos, lo hacemos hablando pestes del que se quedó. Del otro lado, están las firmas editoriales que en nuestros países actúan como distribuidoras de libros españoles o de bajo octanaje, como los de autoayudas. Sus jefes no parecen estar interesados en la literatura. Muchísimo menos en la local. Para la mayoría de ellos nuestros libros son bisutería que al fin puede rematarse como saldo o no venderse. Su negocio es otro. La mayoría ni siquiera lee. No promueven, no promocionan, no están comprometidos

Oscar Marcano: El artista por naturaleza debe estar en contra de cualquier regímen

07/ 04/ 2013 | Blog Ficción Breve venezolana
Por Héctor Torres
oscarmarcanoUno lee el libro “Sólo quiero que amanezca” y percibe una permanente presencia, más que de los aspectos oscuros, de los aspectos más decadentes de las relaciones humanas ¿Por qué la fijación con ese tema?
Más que decadente, en suspensión. Porque a juzgar por sus trazas, el alma humana se ha desenvuelto, a mi manera de ver, en una eterna decadencia. Yo creo que esos textos revelan más escenas del dolor humano contenido que de decadencia. Poco puede conocer de decadencia quien no conoció el esplendor.
Los personajes de esas historias siempre se encuentran al final de un algo.
Sí, pero más que del final, te repito, de la suspensión. De la resignación y del deseo de cabalgar la tragedia, de continuar a todo trance, usando un tópico cualquiera como tabla de salvación. En ese sentido sí puede haber semejanza con la extravagancia de personajes decadentes, por la afirmación de hábitos insólitos que en otros casos pudieron ser consecuencia del auge, de la hipertrofia, del exceso. Puede ser que en algún lado haya algún tipo de hipertrofia. Si la hay es precisamente de la escasez de salidas, del cierre de las fronteras, de las carencias vitales, del dolor que en el fondo imprime una vida plana, remachada, en pleno adocenamiento. Ninguno de esos personajes proviene de la grandeza. Por eso entiendo que son parecidos a nosotros, que aspiramos a una vida mediocre en el mejor sentido, e inclusive, para lograr esas precarias calidades, somos capaces de quedarnos suspendidos en el aire, atajados por el hilo de una tela de araña. Son personajes de avería, que no terminan de caer y que se aferran a liturgias cotidianas, industriales, a mitos de chatarra como una forma de quimioterapia para espíritus rotos. Y echan mano de esas liturgias precisamente para evitar el último desprendimiento, la caída definitiva que los saque del juego, sin poder calibrar que la inercia de la suspensión es acaso más vil y denigrante que la salida de escena.
¿Y esa unidad temática tan estrecha es deliberada?
Por supuesto, porque se está en la consecución de una estética. Una estética relacionada con un concepto que yo he mencionado hasta el hastío, que es la contemporaneidad. Yo creo que los escritores, los músicos, los pintores, los artistas de “las artes aplicadas” nos debemos a la contemporaneidad, que no es otra cosa que la sintonía con nuestro tiempo y nuestro espacio. Y el marco espacio-temporal que nos ha tocado en suerte es denso, banal y caótico. Es tan caótico que ha perdido gravedad. Nosotros, como personajes del caos, estamos impedidos de contemplar gravedades. Vivimos en la risa fatua, en el desliz momentáneo, en la hondura episódica. Estamos tomados por la inmediatez, que es uno de los puntos nodales de esa estética. Por tanto, tal unidad temática no sólo es deliberada, sino obligante en esa búsqueda. Y me da la impresión de que ese tono no es exclusivo de nosotros los venezolanos. Los elementos contemporáneos del dolor y del arrase de la vida interior son tan comunes, están tan diseminados, que su estética se puede compartir perfectamente en cualquier punto del planeta.
En estos tiempos.
Exacto. No es el punto de vista de la Edad Media, ni del Renacimiento, ni de aquellos gloriosos años de la modernidad o de principios del siglo veinte; tampoco es el punto de vista agrario, de aquella estética de los terruños, de la saudade cuasi paisajista. Es un punto de vista lamentablemente urbano; pero es el punto de vista de nuestros tiempos. Y ocuparse de esa estética, que nace en los ochenta metros cuadrados de un apartamento, nos obliga a observar el desarrollo de los medios de comunicación, el cual ha erosionado el alma humana y le ha impuesto su arrogante diletantismo como un Prozac cultural. Nuestro día a día, y con éste nuestras maneras de pensar y de sentir, está pasado por el agua televisiva. Por el medio cerebro de la publicidad y por el tamiz de la tecnología.
¿Una demostración de la universalidad de esas interrogantes podría ser el hecho de que un jurado internacional encontró identificación con los elementos planteados en ese libro de cuentos?
Podría ser. Pero más allá de esa circunstancia en donde, como en la órbita del electrón privan exclusivamente las reglas del azar, está el hecho de que es una estética compartida. Tú lees en este momento los autores jóvenes europeos, los autores jóvenes norteamericanos, los autores jóvenes latinoamericanos, y consigues que, al margen de las influencias, hay una gran concomitancia. Es la estética de nuestra enajenación en una sociedad capitalista avanzada donde centro y periferia comparten la misma ruina espiritual. Porque los patrones son idénticos en una sociedad global en la que se impone el reino del shareholder value por encima de cualquier valor del espíritu. El espíritu en este momento no llega ni siquiera a transarse como decía o aspiraba Valery. No hay siquiera la posibilidad de cagarse en él, como decía Artaud en su célebre poema. No, el espíritu sencillamente no está. Desapareció. No alcanza a ser siquiera un bien intangible. A ningún estadista contemporáneo le interesa el curso de la humanidad. Quien administra el presente del hombre administra el fracaso del hombre y el triunfo metálico de la transacción estrictamente material. ¿Para qué? Para nada. Para conquistar dos o tres trampajaulas macroeconómicas en el mejor de los casos.
¿Eso supone que el modelo que actualmente existe, globalizado, altamente mediatizado, está dando muestras de cansancio? ¿Existe la posibilidad real de ofrecer una alternativa a eso?
La globalización más que un modelo es una realidad. Es además una realidad compleja. Muchos países la han aprovechado positivamente. Incluso para su reafirmación cultural, para crecer sobre sí mismos. No, yo lo que entiendo en estos momentos es que el curso del devenir humano es ajeno a sí mismo y por una razón muy lógica, el espíritu caducó y por ello fue excluido de los mapas de navegación. Cualquier modelo que se aparte de la esencia humana y la enajene, contribuye a confundir más al hombre. A cegarlo. A deslumbrarlo con fuegos fatuos. Al punto de que el grado de comunicación y el grado de contenido de los individuos en la sociedad postmoderna o como se le quiera llamar, es cada vez más basura. Ésa es la estética que hay que develar. Ahí está la belleza. Nuestra belleza. Belleza posnuclear, de lluvia ácida, de carcoma, pero belleza al fin. En esta dinámica se debate y resiste el alma humana ante los agentes precursores de su fin. A lo mejor ése y no otro es el destino de la humanidad. A lo mejor ésa es la medida del hombre. Mientras, el hueco interior crece, la vida se nos va de las manos y desde afuera demuelen nuestros refugios. Todo esbozo por ponerle un marco a la realidad en la que nos cocemos, en el arte y la literatura, tiene tesitura del grito desesperado de un mudo.
Y volviendo al libro ¿Qué consecuencias trae para Oscar Marcano obtener ese premio internacional, que lleva como epónimo el nombre de uno de los narradores más originales de la lengua española de este siglo que culminó?
En términos de exposición, mi vida cambió. En términos artísticos, me hizo ser más responsable con mis opiniones y con mi propio trabajo.
¿Para bien o para mal?
Entiendo que para bien, porque se me abrieron puertas. Entendí que una cosa que para mí era mucho más lejana que una utopía, que era poder dedicarme a escribir solamente, se convirtió no en hecho pero sí en posibilidad.
¿La poca presencia de nuestra literatura en los concursos internacionales habrá aumentado la publicidad del asunto?
No, no creo. Es curioso, pero ese premio tampoco ha sido muy publicitado. Lo fue en su momento en la Argentina, en España y en uno que otro país por la gente que involucraba: Augusto Monterroso, recientemente fallecido, Abelardo Castillo, que es un tótem de la literatura argentina, amigo y compañero de generación de Adriano González León, a Jorge Tizón, que es un escritor muy querido por los argentinos, entre otras cosas porque tiene una vida muy retraída de la actualidad cultural. Pero más allá de eso, tampoco fue más allá, y una prueba de ello es que los argentinos no llegaron a publicar el libro aun estando en las bases del premio. Tuvo que venir Seix Barral, por la vía de una gestión hecha por gente amiga, a editarlo.
¿A que atribuyes la poca presencia venezolana en los foros internacionales?
Bueno, yo veo varias razones, una de ellas es nuestra ingenuidad. Nosotros somos un conglomerado de escritores muy ingenuos, muy chapados a la antigua en el sentido de que estamos esperando que nos descubran. Y resulta que nadie te va a venir a descubrir. Estamos en la obligación de confederarnos, de trabajar en conjunto, como muy sabiamente me lo dijo Santiago Gamboa, quien me hizo ver que el problema entre nosotros es que no nos ponemos de acuerdo, no actuamos en bloque, no respetamos nuestra propia tradición y cuando salimos, lo hacemos hablando pestes del que se quedó. Del otro lado, están las firmas editoriales que en nuestros países actúan como distribuidoras de libros españoles o de bajo octanaje, como los de autoayudas. Sus jefes no parecen estar interesados en la literatura. Muchísimo menos en la local. Para la mayoría de ellos nuestros libros son bisutería que al fin puede rematarse como saldo o no venderse. Su negocio es otro. La mayoría ni siquiera lee. No promueven, no promocionan, no están comprometidos.
¿Puede ser la actitud de los escritores un rasgo venezolano?
Puede ser un rasgo de nuestro atraso, pero hay que vencerlo. Si no se trabaja en equipo, si no se entiende que la literatura venezolana es una, que conforma una tradición que tiene nada más y nada menos al principio de ese camino a Andrés Bello, que tiene nada más y nada menos que, en el primer tercio de ese camino, a un hombre de las luces y de la pegada de Rómulo Gallegos, si no entendemos eso, entonces sencillamente no aspiremos a nada. Todos los escritores venezolanos que han salido y que han sido tomados en cuenta de alguna forma son vistos con interés porque forman parte de una tradición, no porque sean Faulkner. Aquí simplemente se forma parte de una progenie, de un río que, con sus altos y bajos, tiene consolidándose un par de siglos.
¿Pero se percibe más presencia de escritores venezolanos en las editoriales españolas, que son las editoriales que de alguna manera aglutinan el universo de habla hispana?
No, todavía no. Siempre hemos tenido nombres allí. Siempre hemos tenido presencia con alguien, con Teresa de la Parra, con Gallegos, con Adriano González León y Salvador Garmendia, un poco con Balza en México.
¿O sea que las editoriales españolas no voltean aún la mirada hacia nuestras letras?
¿Y por qué tendrían que hacerlo? Ni hacia Venezuela ni hacia ninguna otra nación de América Latina. España nos usa de mercado. Acá se vende lo que allá se produce. Lo que ha logrado algún país lo ha logrado por sí solo. Ellos no van a voltear la mirada hacia América Latina porque acá los indiecitos son buenos y hay que ayudarlos. Ellos la tienen puesta en sí mismos, como debe ser. Somos los latinoamericanos quienes tenemos que conquistar las metrópolis con nuestro propio esfuerzo, con nuestra cabeza y nuestra calidad. Primero, las de habla castellana, por supuesto. Pero tenemos que empezar por conocernos nosotros mismos. Por leernos los unos a los otros en América Latina. Eso lo discutía estos días con Enrique Serrano y con Mario Mendoza, de Colombia. En este momento se está abriendo una posibilidad. Nuestros hermanos de Colombia están muy activos, argentinos y mexicanos han movido su pedigrí y tienen más trecho cubierto. Y además lo están haciendo con mucho seso, con estrategia y sin romanticismo ni cursilerías, que es la única garantía de lograrlo; es decir, hay gente apostando duro. Nosotros tenemos unos cuantos compañeros apostando duro aquí y en la propia España. Juan Carlos Méndez Guédez y Doménico Chiappe se han radicado allá y han conquistado algunas plazas, e inteligentemente están abriendo su camino, que es el camino no de ellos, sino de la literatura venezolana. Pero hace falta una presencia mayor, un trabajo, ya te decía, confederado, colectivo para promocionar lo que acá hacemos.
¿El venezolano está entendiendo eso?
Yo creo que sí. Yo me reúno con varios grupos de escritores donde comienzan a desarrollarse acciones colectivas hacia esos objetivos.
¿No se ha perdido un poco la inocencia?
Y quién dijo que el escritor tiene que ser inocente. Un escritor inocente es como un pintor naif. La inocencia no se hizo para el arte. El artista tiene que tener una visión mucho más malvada en el mejor sentido, más mundana del asunto, saber lo que hace, tener plena conciencia de la bitácora. ¿Tú crees que Carlos Fuentes es ingenuo? La literatura no es un montepío ni los escritores monaguillos con alitas de papel crepé pegadas a la espalda. Por esa necia candidez ha sucedido lo que ha sucedido cuando ha dominado entre nosotros una visión aldeana, de un individualismo infantil al creer que porque alguien se apiadó y lo publicó en tal sello se la está devorando. Con ese convencimiento lo que está haciendo es cerrarse las puertas a sí mismo y a los demás.
Volviendo a Venezuela, a nuestra crisis. En tú opinión qué tan valido es que un escritor deje constancia de su posición política en su obra?
La validez o la invalidez de esa empresa, se la confiere la validez o invalidez de la obra. Es decir, eso es lo más difícil que hay: lograr conciliar un discurso político, una posición política con una posición estética. Hemos visto grandes rodadas en esa carrera. Hasta de hombres del tamaño de Julio Cortázar con el “Libro de Manuel”, por ejemplo. Una de las pocas cosas contrahechas que produjo el gran narrador que fue Cortázar. Pero también hemos visto cosas afortunadas, tal vez menos manifiestas, menos expresas. Como la literatura también es riesgo, siempre está la posibilidad de asumirlo. Yo, por ejemplo, acabo de leer un cuento de Alberto Barrera Tyszka que publicó el diario El País de Madrid, donde de manera afortunada, narra una historia y logra encapsularla magníficamente bien en el ambiente político que nos está malogrando. Fue un gran riesgo el del Alberto y lo consiguió.
¿En todo caso es más riesgoso apostar a apoyar un régimen que a disentir?
Más riesgoso en un sentido. En el sentido del juicio posterior. Porque en el otro, es muy cómodo ser funcionario de un régimen. Cobrar por decir “éste sí, éste no”. Convertirse en un Fernández Retamar. Un sujeto inodoro, incoloro e insípido que tiene el tupé de decir que Carlos Fuentes es agente de la C.I.A porque no convalida los crímenes de su amo. Fíjate que cada vez menos plumíferos siguen plegándose, por ejemplo, a la grosera dictadura cubana. Y estamos viendo muy pocos intelectuales plegados a este mamarracho venezolano que es el régimen chavista. Ahora, para mí, la posición del artista no puede ser la de apoyar o condenar a un régimen. Yo creo que el artista, por naturaleza, por definición, debe estar en contra de cualquier régimen, es decir, el artista tiene que pararse siempre en la acera opuesta al poder y escrutarlo con ojos saltones y denunciar toda la basura que tiene por dentro, sea el régimen o el gobierno que sea.
Incomodarlo.
Pero no por incomodarlo sino por desnudarlo, por mostrar las cañerías abiertas de su oprobio. El artista debe mirar fijamente a los ojos al poder sin parpadear. Hay regímenes más o menos corruptos y la democracia, por ejemplo, dentro de la mediocridad a la que te dije que uno debía aspirar, es la única opción hasta ahora, es la única que garantía, al menos en el papel, para el ejercicio de nuestros derechos civiles. No por ello hay que dejar de ser crítico en un gobierno democrático. Yo celebro que se puedan contar con los dedos de una oreja los artistas e intelectuales que sucumben al idilio con regímenes como el de Chávez, con excepción de Cuba donde, acaso por supervivencia o por la delicia que significa el ejercicio del poder, consigues un sector considerable plegado en romería, en actitud totalmente acrítica, haciendo de corifeo en el intestino grueso de la burocracia estatal. El creador, en general, ha entendido, que ese papel de ficha es terriblemente negador de la dignidad humana, del pensamiento y de su libertad.
¿Podría decirse que la sociedad latinoamericana ha perdido la puerilidad con respecto a esas utopías? Porque hace veinte años mucha gente se negaba a admitir que lo que existe en Cuba es una dictadura.
Claro, es una evolución política de Latinoamérica y del intelectual latinoamericano. El deslinde, tardío pero valioso, que hacen hombres como Saramago y otros; las palabras de un tipo tan importante para nosotros, por todo el sufrimiento que padeció precisamente por causa de la persecución política pinochetista, como Roberto Bolaño, nos hace ver que hemos alcanzado un grado nada despreciable de madurez en torno al tema castrista y al tema de esos cuadrúpedos que en nombre de la libertad no hacen otra cosa que pisotearla. Porque no son más que déspotas que desarrollan una ideología como una fe religiosa para eternizarse en el poder. ¿Quién puede llamar democracia a algo que mantiene cuarenta y cuatro años al mismo mamut en el trono como en Cuba? Esos proyectos caza-bobos, de redención flatulenta, del cielo por asalto, pertenecen al archivo del atraso. Son babiecadas que el mundo civilizado no puede permitirse más. Porque a nadie engañan. Son burdas dictaduras de sociópatas, de chafarotes pleistocénicos.
A pesar de que toda comparación es odiosa ¿Podríamos decir entonces que políticamente Vargas Llosa es más maduro que Benedetti?
Más o menos. Ambos ejercen la crítica de manera acérrima hacia un solo lado, lamentablemente. Hay que tener cuidado con esa madurez. Si esa madurez nos lleva a convalidar, por ejemplo, la invasión de Estados Unidos a Irak aunque Hussein haya sido un monstruo, no sé de qué sirve. ¿Quién a estas alturas puede creer en las armas de destrucción masiva de Irak? ¿Viste cómo arrasaron Afganistán? ¿Su objetivo no era Bin Laden? ¿Fracasaron entonces? Lo cierto es que dejaron un país en ruinas y una mortandad a su paso. La palabra mágica parece ser petróleo en los dos casos. En el primero por ser el segundo país con mayores reservas probadas, caso de Irak, y en el segundo se habla de un gran oleoducto. En ese caso nuestra supuesta madurez le está haciendo el juego a alguien. A mi manera de ver, una posición madura es la independiente, la ecuánime: enfrentar el poder en el lado que esté si se desborda o se envilece.
Vamos a volver al libro.
Sí, vamos a salir de la política.
“Lo que François Villon no dijo cuando bebía” fue editado por Seix Barral con el título de “Sólo quiero que amanezca”. El tiempo transcurrido te ha permitido sopesarlo con calma ¿Qué texto te satisface más?
Hay un texto ahí que particularmente me sigue gustando, “A los que nunca terminaron nada”. Es mi cuento favorito de ese libro, por muchas razones. Primero, están presente todas esas cosas que quiero decir sobre la caída, sobre esas almas mutiladas que sirven diariamente de pasapalo al coliseo romano de la vida. Que inclusive logran tener un efímero momento de plenitud y se les abre por primera vez en muchos años la esperanza, pero después (ríe) cae el hacha invariable y los devuelve a su destino. Y hay allí una cantidad de elementos lúdicos, detalles que abarcan o que alimentan mi trabajo diario como observador y que se juntan en esta libreta en la que vivo tomando apuntes de cosas que le voy hurtando al día a día, que son el corpus de la realidad y sus claves, que tienen que estar presente y transfigurarse en estética. Hay muchas atmósferas que se crean o se recrean a partir de observaciones aparentemente inconexas, aparentemente no poéticas, que cuando se arman en la estructura del cuento es como si cobraran luminosidad. El cuento, en esa estética que yo quisiera alcanzar, tendría en principio la historia como tal. Tendría el discurso. Pero también tendría la lectura que se activa en la composición, en la arquitectura, como cuando se prende un árbol de navidad. Ese árbol de navidad son esos detalles recogidos. También hay una continuidad que a mi manera de ver produce la atmósfera de los tiempos que vivimos, porque ellos están regados con ese vino, con esas cosas que son hurtadas del día a día. Yo no sé si tú recuerdas el personaje femenino de ese cuento, que tenía permanentemente el problema de que daba dos pasos hacía adelante y frenaba porque no se había lavado el pelo. Esos son recursos que nos brindan los personajes que nos rodean y ese libro está plagado de minucias similares que a los ojos de mucha gente pudieran no decir nada, pero que yo creo que logran activarse y producir un efecto, que no es exactamente minimalista en el sentido de ese movimiento, pero sí tiene la dimensión del objet retrouvé, de los objetos recuperados o encontrados, a la manera de Duchamp, que le es común, no solamente a los personajes o al escritor, sino también y fundamentalmente al lector. El lector consigue un poco de sí mismo en esas pequeñas situaciones que se producen en esos cuentos y, al conectar, le hacen la atmósfera familiar no sólo por el nudo o el conflicto que muchas veces está también en su vida, sino por los detalles cariñosos donde se ve retratado.
¿Y cuál fue el cuento más difícil para abordar, o que haya costado más para haber llegado a él?
Difíciles para abordar, todos. Pero el cuento con el que no me llegué a sentir del todo satisfecho es el del personaje que anda en pijama todo el día, que se pasa la vida buceando a las vecinas desde su ventana mientras se desvisten en la noche, el que reúne un grupo de adolescentes y los introduce en una militancia política un tanto pueril y retorcida.
Mester de Clerecía.
Correcto, así se llama. “Mester de clerecía”. Es precisamente una suerte de proselitismo como el que desarrolló la iglesia con el Mester de clerecía en la época de Gonzalo de Berceo y la popularización de los milagros marianos y toda la hagiografía que estructuró para instaurarse en el pueblo por la vía de la utilización de las lenguas romances, etc. Sí, ese cuento es producto de una vieja vivencia, con una vuelta de tuerca hacia la perversión -que es muy importante en el punto de vista de esta estética, en concordancia con nuestra contemporaneidad-. Yo sentía que en el fondo estaba trabajando este texto por serle fiel a un momento, por serle fiel a algo que debía contar, pero había perdido el entusiasmo, había perdido la gracia, y sin embargo se impuso el oficio. Entonces salió como salió.
No se nota.
¿No se nota? Mucha gente me comenta que le gusta porque le pasó algo similar. Pero a mí ese cuento me parece desangelado.
Hay lectores que piensan que el cuento que más se sale de la línea de ese libro es “Tamagotchi”.
A mí suelen decirme lo contrario. Es curioso, pero Lucas García París llegó a decirme que le pusiera “Tamagotchi” no sólo al cuento sino al libro. Y yo me he dado cuenta de que a los hijos de parejas divorciadas les pega duro y se sienten identificados con ese trabajo.
¿Qué diferencia fundamental podrías señalar entre “Sólo quiero que amanezca” con respecto al libro anterior, “Cuartel de Invierno”?
“Cuartel de Invierno” es más literario en el sentido de querer cumplir con ciertos requisitos externos. Yo estaba en ese entonces muy metido con el cuento naturalista francés y con algunos autores norteamericanos del siglo XVIII y XIX como Washington Irvin y Nathaniel Hawthorne que introducían elementos fantásticos en la realidad. “Sólo quiero que amanezca” es más libre. Más yo. Acá el proceso es inverso: un elemento aparentemente trivial de la realidad entra en la historia como correlato, se aposenta y termina tragándosela. Pero hay para todos los gustos. Tengo amigos que prefieren el primero. Pero la mayoría prefiere el segundo porque conecta más con sus vidas.
¿En qué proyecto estás trabajando actualmente?
Actualmente estoy trabajando en dos libros: Primero, en una vieja novela que estoy terminando, que ha cambiado de nombre varias veces. Originalmente se llamaba “Cartas a Jo Jo”, después quise ponerle el nombre que usó Lillian Hellman para una novela: “Pentimento”, que es ese fenómeno de la plástica a través del cual un artista pinta un lienzo y después se arrepiente del resultado y pinta otra cosa encima. Luego, al trasluz se puede ver que hay algo debajo.
Como los Palimpsestos, que se borraban y se volvían a escribir.
Correcto. Pero todavía no he dado con el nombre definitivo. Esa es una novela que me ha dado demasiado trabajo. Yo la quiero mucho, pero cada vez que intento avanzar, entre acometida y acometida me sale otro libro. El otro es un libro de relatos que inicialmente se iba a llamar “Taxi”, porque iba a contar varias historias desde la perspectiva de esa pequeña unidad de tiempo y espacio donde hay un interlocutor obligatorio que está detrás del volante, y unas situaciones sorprendentes que esos sujetos viven a diario, sobrecogedoras y mágicas, en ciudades como las nuestras. Después cambió el nombre a “Rata con clip en la cola”, que es un nombre como de lienzo, de obra pictórica: Desnudo sentado, Mujer con Sombrero, Rata con clip en la cola. Y es que las historias se rebasaron el ámbito del taxi, y ya no tenía mucho sentido. Ahora me siento más cómodo con el nuevo título: “Puntos de sutura”. Tú sabes a quién se lo debo.
¿Y qué tan adelantado vas en ese libro?
Tiene unas doce historias ya redondas, y como siete u ocho más en proyecto. El problema es mi obsesiva tendencia a corregir. Yo considero que la corrección es a la literatura lo que la composición a la pintura. Es decir, si el alma del cuadro está en la composición, el alma del cuento está en la corrección. Ahí es donde reside el hecho creativo. En la búsqueda de la versión satisfactoria. Ahí es donde comienza el proceso de trabajo, de trabajo real. De hecho ése es mi método. La historia la escribo en un ratico. Pero convertir esa historia en literatura, en arte ése es el quid. Por eso no sé para cuando estará listo.
En síntesis, y casi para concluir: un arte poética del cuento según Oscar Marcano.
Para mí el cuento es un acto de puntería. En el cuento se dispone de una pistola con una sola bala. Si yerras, se pierde todo el esfuerzo. Y no hay reposición. Ni rewind, ni control zeta. A diferencia de la novela, en el cuento no hay parque, municiones para gastar, por lo que tienes que emplear lo poco que tienes de la manera más eficaz (eficacia en el sentido del areté griego, como en la guerra). No hay manera de desvariar, no hay manera de arborizarse. A la novela, en cambio, la veo como a una catedral. Es un universo casi infinito en el cual tienes que desarrollar fundaciones, arbotantes, columnas, naves, arcos, cúpulas, vitrales, capiteles, en fin, hasta gárgolas. Es una tarea epopéyica. El cuento es estrictamente lo contrario. Con dos trazos tienes que pergeñar una historia que tiene que estar imbuida de un discurso y tienes que producir un efecto.
Tú has mantenido siempre un discurso de respeto a la tradición ¿Cuáles serían esos nombres que construyen la tradición narrativa venezolana?
¿Los grandes nombres de la literatura venezolana? Sin estar en estricto orden de preferencia ni de cronología, estarían Julio Garmendia, José Antonio Ramos Sucre; está un personaje fascinante que se llama Rufino Blanco Bombona, está Teresa de la Parra. Me gustan Pedro Emilio Coll, Guillermo Meneses, Rómulo Gallegos (que sigue siendo uno de los faros fundamentales de nuestra literatura), el doctor úslar, aunque regañe, después están Adriano González León, Salvador Garmendia; está Oscar Guaramato, un cuentista magistral como Francisco Massiani, está Ednodio Quintero. Y después está un montón de gente más joven que sigue trabajando. La lista sería muy larga. Ahora, dentro de las cosas que se están haciendo en este momento hay unos cuantos autores extraordinarios que van a dar mucho de qué hablar. Pero como yo siempre llego tarde, acabo de hacer un descubrimiento que todos conocían. Es un libro que se llama “Todo Lugar” de Milton Ordóñez, al que no conozco personalmente, que me sorprendió mucho. Sobre todo la primera parte. Con lo que quiero decirte que cuando tienes tradición, de cualquier lado salta el pez. Y nuevas rutas comienzan a iluminarse y los nuevos creadores están dando un cauce que puede llevarnos a obras de gran factura en las letras latinoamericanas. Soy un convencido de eso.

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